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Sinopsis

Juan llega a una residencia para mayores en Torrelodones. A través de sus escritos y de las cartas que manda a su sobrina en Estados Unidos vamos descubriendo algunos aspectos de su trayectoria, las relaciones que establece, visitas, viajes, sus opiniones sobre la actualidad y su visión de la vida a la vez que nos relata su rápido e inevitable final. Al final del libro, el narrador cambia y es Irene, la sobrina, quien cierra el desenlace y la que justifica que la historia de los últimos meses de su tío vean la luz. El libro se desarrolla en un lapso de un año, el último año de la vida de su protagonista.

Introducción

Prólogo

Sábado 12 de diciembre de 2009

Mientras el automóvil circula lentamente por la autovía bajo la apenas imperceptible lluvia, voy sintiendo un agradable y extraño sopor que, por otra parte, me incomoda, pues ahora no desearía quedarme dormido. A pesar de lo avanzado de la hora, cerca de la medianoche, y de que presiento que no hemos de atravesar el centro de la ciudad, lo cierto es que hace más de cuatro años que no me encuentro con mi querido Madrid, y me apetece mucho. Mi vista se fija magnetizada en el lento vaivén del limpiaparabrisas y, sin quererlo, mecido por el silencio del conductor y la suave música sureña que nos acompaña, me quedo dormido.

Al abrir los ojos me doy cuenta de que por alguna, desconocida para mí, carretera de circunvalación, hemos accedido a la Nacional 6 y ha dejado de llover. Observo ahora con atención al conductor, Paco me ha dicho que se llama, un hombre de unos cincuenta y tantos años, de buena presencia y máxima discreción. Me esperaba en la terminal del aeropuerto de Barajas, exhibiendo brazos en alto un cartelito con mi nombre como los que suelen mostrar los agentes turísticos. Cargó mi equipaje con amabilidad y, tras preguntarme con un inequívoco acento andaluz si deseaba comer algo, nos pusimos en marcha. Mi sobrina parece haberlo planeado todo al detalle, se me ocurre que ha debido seleccionar personalmente al conductor pensando en quien más podía agradarme.

Tomando la desviación a Torrelodones, me asaltan innumerables recuerdos de mi infancia y adolescencia. Fue nuestro lugar de vacaciones, el de mi niñez, en un pequeño y modesto hostal con mi madre, mi hermano pequeño y mi padre siempre yendo y viniendo de trabajar en tren por las tardes para dormir con nosotros, y esta noche, ironías de la vida, con los setenta y un años casi recién cumplidos, vuelvo de nuevo a parar aquí. A simple vista todo parece muy cambiado, aunque la fatiga que ahora me invade, la lluvia que arrecia otra vez y la tenue neblina no ayudan precisamente a reconocer ningún rincón familiar. Ya tendré tiempo.

Cuando quiero darme cuenta, circulando por una sombría alameda desierta a estas horas de la noche, el vehículo se introduce dentro de una verja entreabierta. Nos detenemos frente a un edificio de paredes blancas y techos de pizarra negra, sin duda construido hace poco tiempo. Hemos llegado a la residencia.

Paco me acompaña con un paraguas hacia el interior y después descarga mi equipaje compuesto por dos maletas, una de ellas repleta de ropa y algunos objetos personales, la otra con mis libros, los que me quedan.

En la recepción, una virago de unos cincuenta años y grandes pechos a duras penas reprimidos tras una blusa blanca me da la bienvenida con la que debe ser la mejor de sus sonrisas, lo que no es mucho decir. Me da igual. Me anuncia que mañana, con más tranquilidad, me darán información acerca de los servicios de los que voy a disfrutar y las normas de convivencia a las que deberé atenerme. Lo prefiero así. Ahora me encuentro algo cansado, muy cansado y algo cohibido, casi con miedo, como un niño en su primera noche de internado.

Paco se despide de mí y me entrega una tarjeta con sus teléfonos.

—Llámeme cuando quiera —me dice—. Aunque vivo y trabajo en Madrid, estoy completamente a su disposición. Así me lo ha pedido Irene y yo lo haré de mil amores.

—Gracias, Paco —le digo con un hilo de voz recogiendo la tarjeta. Después, subo a mi habitación, donde ya encuentro las maletas y a la varonil recepcionista que me la muestra someramente y me da las buenas noches, haciendo un notorio esfuerzo por aparentar acogedora. Escribo ahora estas notas antes de acostarme, tras deshacer la maleta que contiene la ropa y mis otras cosas. Con los libros ya veremos cómo me las apaño.

Son más de las dos de la madrugada. Me meto en la cama y, con la luz ya apagada, se apodera de mí un escalofrío como aquellos que me acometían en la infancia cuando me sentía triste y desamparado, aun sin razón para ello. También ahora me siento solo, y quisiera que la noche durara mucho, y la mañana no llegara nunca, para no tener que enfrentarme con este nuevo capítulo de mi vida, tal vez el último.

Conoce al autor

José Andrés Antón Canto

José Andrés nació en Madrid en 1958. Se aficionó muy pronto a la lectura y se convirtió en amante apasionado de los libros, a los que además dedica buena parte de su actividad profesional.

Ha escrito desde siempre, aprovechando cualquier ocasión, relatos, poemas…., por eso le gusta decir que es escritor aunque no pueda demostrarlo. Podría incluso no ser cierto.

Apuntes del ocaso es su primera novela y también lo primero que de él se publica.

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